La gran novela de Dostoievski Los demonios sigue estando de plena actualidad ya que los enemigos contra los que se dirigía no solo no han sido derrotados sino que han adquirido un poder extraordinario en nuestros días en forma de ONG y fundaciones filantrópicas financiadas por multimillonarios que se dedican a desestabilizar países y llevarlos al caos. La ideología que los mueve no es distinta de la que movía a Bakunin y Nechaev, los autores del Catecismo de un Revolucionario.
Un dicho español señala que el Diablo sabe más por viejo que por el hecho mismo de ser el Príncipe de las Tinieblas, y podríamos decir que los objetivos que se le atribuyen no han cambiado mucho desde los días del Jardín del Edén. Ahora bien, todo se refina con el tiempo, y no creemos que Belcebú haga ascos a nuevas estrategias de manipulación de almas.
A principios de la década de 1870, Fiódor M. Dostoievski publicó por entregas una de sus más célebres novelas, Los demonios (también traducida a veces por Los endemoniados), uno de cuyos epígrafes cita los evangelios:
Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso. Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó. Y los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado1.
La idea de la novela le fue sugerida a Dostoievski por un crimen atroz: el asesinato de un estudiante por parte del círculo nihilista-revolucionario de Nechaev, un colaborador de Bakunin y heredero de toda una saga de pensamiento revolucionario que venía desde los años cuarenta del siglo XIX y que había tenido su desarrollo veinte años después con Chernyshevski y Dobroliúbov. Nuestro autor, ya en aquella época totalmente contrario a los revolucionarios occidentalizantes, estallaría en varias ocasiones contra los que habían hecho posible el horror de Nechaev. En carta a su amigo Apolón Máikov, después de evocar el pasaje evangélico, decía:
Exactamente lo mismo sucedió en nuestro país: los demonios salieron del hombre ruso y entraron en una piara de cerdos, es decir, en los Nechaev y los Serno-Solovievich, etcétera. […] Pues bien, si quieres saberlo, este es en esencia el tema de mi novela. Se titula Los demonios y describe cómo los demonios entraron en la piara de cerdos2.
Esos demonios no son sino la ideología nihilista que había hecho presa en parte de las clases ociosas rusas en la época de madurez de Dostoievski, con un carácter especialmente destructivo entre los seguidores del anarquista Bakunin. Sin ir más lejos, el terrorismo tal y como lo conocemos hoy fue inventado en esta época en Europa, sobre todo entre los fenians irlandeses, pero también entre los nihilistas rusos3. El anarquismo de Bakunin abogaba por la destrucción total de la civilización, de los Estados y de las instituciones heredadas, y para conseguirlo, no se podían escatimar esfuerzos ni se debían anteponer escrúpulos morales y éticos de ningún tipo, ni siquiera ante los propios camaradas.
Así se hacía ver en el Catecismo de un Revolucionario que el propio Bakunin escribió junto con el asesino Nechaev. Ironías de la historia, cuando Nechaev puso en marcha todas las técnicas amorales señaladas contra el propio Bakunin y su círculo de Suiza, este advirtió en una larga carta4 a un amigo en Moscú describiendo las tácticas perversas de Nechaev: chantaje, cizaña, manipulación de sus propios compañeros o de familias a las que destruir y esclavizar para sus propósitos de propagación del terror anarquizante. La hipocresía de Bakunin es manifiesta. Pero lo curioso del caso es que, sin conocer el contenido de esta carta, Dostoievski, simplemente guiándose por el Catecismo y por su propio conocimiento de estas ideas, clavó a Nechaev en el personaje del Piotr Verjovenski de la novela.
Los demonios retrata así todo el horror del virus ideológico que enfanga a parte de la inteligentsia rusa basado en la destrucción y el caos. No obstante, Dostoievski aún sabía distinguir la ideología del socialismo de las tácticas que utilizaban los revolucionarios. Lo mismo pensaban Marx y Engels, en especial para el caso concreto de Bakunin y Nechaev, a quienes consiguieron echar de la Primera Internacional denunciando su propaganda. Dicen Marx y Engels:
Estos anarquistas destructores de todo, que desean reducir todo a una masa amorfa para sustituir la moral por la anarquía, llevan la inmoralidad burguesa a su último extremo5.
Y aquí es a donde quería llegar, pues las concomitancias entre Marx y el Dostoievski que salió de la prisión siberiana son sorprendentes e iluminan nuestro presente en marcha.
El tiempo histórico actual es el de las consecuencias del fin de la Guerra Fría en 1991, con la caída de la Unión Soviética y el bloque del Este. Una época de dominio unipolar por parte de los EEUU, pero que lejos de alumbrar un periodo de paz y prosperidad, ha sembrado el caos allá donde ha puesto la bota. Primero fue la desintegración de Yugoslavia, luego la «guerra contra el terrorismo internacional» que abrió el melón para las invasiones de Iraq y Afganistán. Después llegaron las «primaveras árabes» y la guerra interminable en Siria e Iraq. A ello le siguió el golpe de Estado del Euro-Maidán en Ucrania, subsiguiente guerra civil y ahora intervención rusa. Pero entremedias de estos conflictos, tuvimos una Intifada en Palestina, una guerra en el Líbano en 2006, y revoluciones de colores exitosas y fallidas en varios puntos de Asia.
Las llamadas «revoluciones de colores» han seguido el mismo patrón estratégico desde finales de la Guerra Fría, y muchos analistas consideran el incidente de Tiananmen como la primera revolución de colores. Desde entonces, las técnicas se han refinado mucho y los patrones están más claros; tanto es así que los países objetivo de dichas revoluciones han aprendido a combatirlas. Las revoluciones de colores son la consecuencia de la fase de preacondicionamiento de la guerra híbrida que los EEUU libran contra un país objetivo6. Dicho país suele ser eslabón de una cadena geopolítica que Washington no controla, y por lo tanto, conviene desestabilizarlo.
Esta fase identifica puntos de fricción en la realidad de un Estado: división étnica, diferencias socioeconómicas, etc; las cuales son explotadas por ONG y fundaciones filantrópicas, apoyadas por multimillonarios (el más famoso es George Soros), pero sobre todo por la NED (National Endowment for Democracy) del gobierno estadounidense y otros gobiernos occidentales. Esto combinado con presiones a dicho gobierno para que no pueda gastar donde debe para cohesionar a su sociedad (sanciones, manipulación de precios internacionales para disminuir los ingresos del fisco, campañas mediáticas, etc.) va creando un caldo de cultivo entre una masa crítica de la población en el que empieza a ver con buenos ojos un cambio de gobierno o un cambio de régimen.
Cuando sea oportuno, las ONG junto con las representaciones de gobiernos occidentales darán la orden de iniciar la revolución de colores aprovechando un evento político relevante. En el caso de Ucrania fue la negociación comercial con la Unión Europea; en el caso de Siria la negativa del gobierno de Damasco a formar parte del oleoducto que pasaba por Catar, Arabia e Israel, y el preferir el que venía de Irán a través de Iraq. En el caso de Taiwán fue el intento de aprobar en 2014 un acuerdo de bienes y servicios con China continental, y en el caso de Hong Kong en 2019 fue la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional.
Más ejemplos de rabiosa actualidad. Las protestas que se han venido llevando a cabo en Georgia durante todo el 2024 por la aprobación del gobierno del partido Sueño Georgiano de una ley que obliga a los partidos políticos, medios de comunicación y organizaciones civiles con más de un 20 % de financiación extranjera a registrarse como agente extranjero y publicar sus cuentas; pero también, cuando dicho partido ganó las elecciones generales, la oposición jaleada por embajadores europeos y eurodiputados, recurrió a protestas violentas, y su presidenta Salomé Zurabishvili, en el momento en el que se escribe este artículo, ha anunciado que no dejará el cargo, a pesar de que legalmente ha llegado a su límite. En el caso concreto de Zurabishvili es necesario constatar que no solo es ciudadana francesa, sino que forma parte de su carrera diplomática, y llegó a ser embajadora de Francia en Georgia entre 2003 y 2005, y mientras servía a otro país, el entonces presidente, Mijaíl Sakhashvili, la nombró ¡ministra de Exteriores de Georgia!
En todas estos ejemplos lo que vemos es el caos civil (Hong Kong, Tailandia, Taiwán, Georgia, Kazajistán, Moldavia) que puede degenerar en guerra (Ucrania, Siria). La estrategia del caos por la que las familias se destruyen, las amistades se pierden y los vínculos sociales se hacen trizas es la misma que la que preconizaban Bakunin y Nechaev. Los cerdos endemoniados de nuestro tiempo no son sino los Soros, los Jimmy Lai, los Maia Sandu, los líderes del euromaidán (Yatseniuk, Klistcko, Turchínov, etc), pero también toda la patulea de políticos occidentales como la repartegalletas Victoria Nuland, el senador fallecido John McCaine, el todavía vivo Lindsay Graham, el eurodiputado Guy Verhofstadt o el intelectual francés Bernard-Henry Lèvy. ¿Y acaso no es Pedro Sánchez el equivalente patológico de Nechaev?
En la coyuntura geopolítica actual, la administración norteamericana saliente de Joe Biden parece completamente dispuesta a generar un caos aún mayor para impedir que Donald Trump desacople a EEUU del conflicto ucraniano permitiendo ataques en territorio ruso profundo con misiles de largo alcance ATACMS. Desde el fin de la Guerra Fría, el peligro de guerra nuclear generalizada nunca ha estado tan cerca como ahora. El conflicto sirio, congelado desde 2018, ha sido nuevamente activado, y mientras escribo, los terroristas islámicos bautizados como «rebeldes moderados» por la prensa occidental, están atacando la gran ciudad de Aleppo.
Si en los países no alineados con las élites anglosajonas, estas llevan a cabo estrategias de guerra híbrida con el objetivo de generar caos, en sus propias poblaciones llevan a cabo otras estrategias de división y licuefacción social, introduciendo ideas disolventes de las estructuras familiares y comunitarias tradicionales que en el fondo no son sino desarrollos lógicos del liberalismo.
En especial me refiero a todas las teorías sexuales actuales, a la profundización de la precariedad laboral que lleve a una gran masa de población a niveles de subsistencia controlada, con el suficiente potencial como para permitirse «somas» que disfracen su penosa situación (Netflix, pornografía, debates y polémicas sociales que nunca ponen en cuestión el sistema económico-político como la disputa entre los programas de humor «La Revuelta» y «El hormiguero», la izquierda y la derecha, corrupciones veniales, etc.). Las muertes de ancianos en la más absoluta soledad de sus hogares es la mejor prueba de la disolución de los lazos familiares tradicionales fruto de la deshumanización liberal.
Estas patologías son las que hermanan en su diagnóstico a marxistas tradicionales y a tradicionalistas conservadores, entre Marx y Dostoievski en su época. En España, el azote de toda este zeitgeist desde el lado tradicionalista es un Juan Manuel de Prada (que no por casualidad suele citar a Dostoievski), o en el lado comunista con un José Miguel Villarroya. El ensayista Adriano Erriguel ha dedicado dos voluminosos libros a tratar estas concomitancias y a argüir de manera casi irrebatible que la ideología de nuestro tiempo, la del wokismo, no es otra cosa que la consecuencia inevitable del liberalismo y su culto a la individualidad.
Nada mejor que el caos y la destrucción para dejar desamparados a los individuos y que sean aún más esclavos de sus necesidades y más dependientes de los herederos modernos del Gran Inquisidor7 dostoievskiano. Por eso, cuando oigo a alguien defender las protestas en Georgia, en Hong Kong, en el Euro-Maidán, etc., me viene a la cabeza la cita bíblica con la que Dostoievski abría Los demonios.
¿Habrá un novelista en nuestro tiempo que entienda lo que está ocurriendo y le ponga el cascabel al gato? Algunos se han acercado bastante, como Michel Houellebecq y Juan Manuel de Prada, pero los demás están cazando mariposas o apacentando cerdos.
- Fiódor M. Dostoievski, Los demonios, Alba Editorial, 2016 ↩︎
- Joseph Frank, Dostoievski. Un escritor en su tiempo, Rialp, 2012. pág. 715 ↩︎
- Michael Burleigh, Sangre y rabia. Una historia cultural del terrorismo, Taurus, 2013 ↩︎
- Joseph Frank, Dostoievski. Un escritor en su tiempo, Rialp, 2012, págs. 738-740 ↩︎
- Ibíd., pág. 745. ↩︎
- Enrique J. Refoyo (coord.), Aquí nunca amanece en paz. Breviario de Geopolítica, Guerras Híbridas, Multipolarismo y Geografía Militar, Ediciones Fides, 2019, págs. 171-200 ↩︎
- Soy consciente del lado negrolegendario de este pasaje de Los hermanos Karamázov, pero aquí no viene a cuento. Lo digo para los que se ponen nerviosos enseguida. ↩︎