Adriano Erriguel y la asebeia frente a los «dioses débiles»

Libros de Adriano Erriguel en mi biblioteca de Yilan.

Los atenienses de la época clásica condenaban a muerte a los culpables de hacer burla, escarnio y profanación de los dioses olímpicos, es decir, a los culpables de asebeia, que se traduce normalmente por «impiedad». Hoy día, los nuevos popes de la corrección política, de la tela de araña tecno-ideológica del neoliberalismo, condenan a la muerte civil a todo aquel que ose proclamar a los cuatro vientos que los dioses del posmodernismo, el wokismo, las teorías queer y otros sopicaldos estomagantes e indigestos, son una birria religiosa y pseudofilosófica que enmascara las relaciones de dominación de una casta de superricos sobre amplias capas de población cada vez más depauperadas. Son esos «dioses débiles» cuya liturgia y teología nos ha sido impuesta desde el fin de la II Guerra Mundial. 

El ensayista Adriano Erriguel, de quien acabo de leer sus dos últimos libros —Pensar lo que más les duele (Homo Legens, 2020) y Blasfemar en el templo (Ediciones Monóculo, 2023)— se amolda como un guante al tipo penal de la asebeia contemporánea, pues su pluma, cual espada ropera, penetra con descaro en los entresijos ideológicos que conforman la filosofía política de nuestra época, cuyo mar de contradicciones y multiplicidad de ordalías la asemeja cada vez más  a los procesos religiosos.

Adriano Erriguel solo escribe para publicaciones alternativas y editoriales más bien pequeñas y a contracorriente. Jamás lo verán en las páginas de nuestra prensa tradicional ni lo editará el grupo Planeta o el Penguin España en sus muchas hijuelas editoriales. 

En el último capítulo de Blasfemar en el temploun artículo publicado en 2020 en la revista digital Posmodernia—, Erriguel se hace eco del libro del teólogo católico norteamericano R.R. Reno, El retorno de los dioses fuertes, donde se hace un repaso de las ideas principales que rigen nuestro mundo desde 1945. El horror de las dos guerras mundiales llevó a la generación europea que las padeció a poner todos los medios para evitar su repetición, y para ello, no solo se aprestaron a crear instituciones comunes a los países europeos bajo el paraguas militar norteamericano, sino que pusieron en marcha todo un proceso de sustitución ideológica, donde los «dioses fuertes» que supuestamente eran culpables del desastre —a saber, nación, patria, religión, identidades arraigadas, familia, etc.—, serían postergados y reemplazados por la popperiana «sociedad abierta», el libre mercado de los austriacos y de la Escuela de Chicago, y el ideal de emancipación continua de la Escuela de Frankfurt, con todos sus eslabones subsiguientes que aparecerían en Francia y que consagrarían la ideología de nuestro tiempo tras ligar con el puritanismo norteamericano en la salsa de sus universidades. 

Contra estos «dioses débiles» y sus templos es contra los que Adriano Erriguel blasfema. Pero no para caer en las críticas blandiblú de la «derechita cobarde» ni en los errores de análisis y contradicciones chuscas de la «derechita valiente» —esto último lo digo yo—, que fingen hipócritamente estar escandalizados por los resultados de las políticas de «la izquierda» cuando son ellos los que las conservan (los primeros), o que recurren al lenguaje y las categorías caducas de la Guerra Fría, dando palos de ciego en su denuncia del peligro del «socio-comunismo y del marxismo cultural» (los segundos), cuando en realidad las actuales izquierdas divagantes y delirantes son la superestructura ideológica más depurada y acabada del neoliberalismo. 

«Marxismo cultural» y la bestia del populismo

En Pensar donde más les duele, Adriano Erriguel se encarga de deshacer este último equívoco, no solo recurriendo al argumento ad hominem (los mejores críticos del supuesto «marxismo cultural», son marxistas o marxianos que despedazan a estas izquierdas posmodernas con las categorías filosóficas que inaugura el propio Marx: Pier Paolo Pasolini, Constanzo Preve, David Harvey, Regis Debray, etc.), sino demostrando que la cuna de ese supuesto marxismo cultural está en el matrimonio de conveniencia entre el puritanismo estadounidense y la saga de demolición filosófica del marxismo que inaugura la Escuela de Frankfurt y continúan los filósofos franceses Focault, Deleuze, Derrida y otros, haciendo metástasis en las universidades norteamericanas. Y lo que es más, cómo todas esas ideas que hacen furor y dominan nuestro tiempo son perfectamente sistémicas, compatibles e incluso impulsoras de la fase neoliberal del capitalismo en la que vivimos, de manera ya más descocada, desde la caída de la Unión Soviética. 

Otro de los temas candentes que analiza Erriguel es el fenómeno del populismo, que se antojaría como uno de esos «dioses fuertes» que retorna de manera intempestiva para aguar la fiesta de las castas neoliberales y de la burguesía bienpensante universitaria y urbanita. Un concepto este de populismo que, de momento, funciona como idea atrapatodo, pero que viene de alguna manera a englobar el malestar provocado por la globalización entre sus perdedores: las clases obreras y medias depauperadas que, además de sufrir un deterioro infame de sus condiciones económicas, son también objeto de escarnio por  parte de los popes de la corrección política, quienes los acusan de bárbaros incultos, racistas, machistas y fascistas en potencia, por no votar lo que ellos quieren.

Advierte Erriguel que estos «conservadores naturales» que nutren las filas del populismo en Europa y EEUU no forman todavía un movimiento consistente susceptible de convertirse en un gramsciano bloque hegemónico, sino que son más bien una resistencia anárquica que puede llegar a coincidir en torno a una figura concreta como pudo ser Trump en 2016. También advierte que una parte poderosa de este movimiento es en sí posmoderno (el movimiento de los memes humorísticos en Internet, por ejemplo), y viene a encarnar el espíritu del Joker. Pues pretender regresar al pasado, como algunos conservadores más perdidos que un pulpo en un garaje, está solo reservado a los Terminator. Quedará por ver hacia dónde evoluciona este fenómeno.

El pensamiento blasfemo no hace prisioneros

Como Erriguel es en cierto modo hijo de los genes masculinos y entiende que hay que llegar hasta el final, caiga quien caiga, sin arredrarse ante los más ominosos de los dioses débiles, como el «Grupo Salvaje» que se inmola al final de la gran película de Sam Peckinpah, se atreve a meterse con el asunto más espinoso de nuestros días: la raza. Desde los debates biológicos y sociológicos más recientes hasta su utilización por los movimientos antirracistas y antifascistas de EEUU, Erriguel nos da una panorámica detallada y crítica del tempestuoso retorno de una idea maldita, y que se refleja en las aporías en las que actualmente está inmersa.

¿Las razas existen o no existen? Si no existen, ¿por qué seguimos hablando de ellas aun recurriendo a eufemismos vergonzantes? ¿Por qué los antirracistas acusan a los que defienden su inexistencia de invisibilizar a las razas oprimidas? ¿Y por qué las grandes corporaciones y marcas internacionales hacen todos los esfuerzos posibles por visibilizar las diferencias fenotípicas? Si existen, ¿por qué no hablar de ello? ¿Por qué acallar los estudios científicos que lo confirman? ¿Por qué sumergirnos en la esquizofrenia que implica la negación por parte de las autoridades políticas a la vez que se aplican leyes y reglamentos para visibilizar y favorecer a ciertas razas frente a otras?

Son muchos los temas que toca Erriguel en estos ensayos largos pero enjundiosos, auténticas divisiones acorazadas que se lanzan a lo berserk contra las líneas enemigas. Libros de análisis fino y de combate sin tregua, donde casi ningún debate planteado en la actualidad política queda sin tocar. Y digo «casi»porque en estos textos metapolíticos solo he echado en falta una idea que a mi juicio es capital, que sobrevuela aquí y allá algunas de sus páginas, pero que no adquiere la densidad que merece: la dialéctica de Estados y el naufragio de los grandes imperios.

La filosofía política, o las nebulosas ideológicas, contra la que Erriguel lanza su artillería no flotan en el aire y no se disolverán como puedan disolverse las nubes. Están arraigadas en una realidad material, y su expansión por todo el planeta solo puede hacerse mediante una plataforma política imperial. Y si esta misma ideología es un síntoma de decadencia —por sus incoherencias, anfibologías, fanatismo, etc.—, es porque el imperio que la sostiene y con cuyas estructuras materiales se retroalimenta, está en fase de decadencia aguda.

En este sentido, conviene completar la lectura de Erriguel con la de análisis geopolíticos históricos, tanto de corte filosófico como estratégico. Y en cualquier caso, esperaremos con entusiasmados una hipotética incursión de nuestro autor en esos mismos predios. 

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